miércoles, octubre 08, 2008

Amaicha(u)

Esa misma noche, Palo Palenque deja sobre la mesa, delante de mi, cuatro pequeñas empanadas tucumanas. Pequeñas pero potentes. Hombre joven de piel curtida, en sus historias navega hasta hacerme dudar si lo que dice es del todo verdad. Le gusta hablar; lo dejo, sus gestos y expresiones me resultan simpáticos, le sigo la corriente, y sin darse cuenta se contradice: de aspecto humilde y abandonado mantiene un andar y una expresión soberbia. Camina como recién bajado del caballo, y cuando detiene el habla para pensar la palabra exacta, sonríe y agita sobre su cabeza el gorro de lana que después se quita, para peinarse y volvérselo a poner. Tiene la cara hinchada y no le pregunto la razón, hay respuestas que llegan solas. Mientras habla yo lo escucho y lo miro ir y venir, de la damajuana de vino blanco a llenar mi vaso, y así.
Después que gastó el piso unas cuantas veces, me regala, ya borracho, un sombrero de cuero que me cuesta aceptar: no confío en su estado, el vino ablanda y por la mañana se puede arrepentir. Mientras me convence, a lo lejos se escucha el ritmo monótono de la cumbia: el se calza su sombrero, me acomoda el mío y me obliga a salir. Tengo un compañero loco y borracho, y vamos a dar una vuelta por ahí. Cruzamos al bar de Miguel, que duerme, y el loco del sombrero me presenta a dos amigos que terminan de cenar, ya empinados, y nos miran extraños; entre desconfiados y burlones. El Pelado, lo más parecido a Prodan y Carlitos, con sus ojos claro y achinados. Nos preguntan si nos escapamos de algún manicomio o de una telenovela: son los de "Pasión de Gavilanes" dice Carlitos. Los arrancamos de las mesas. En el camino, mientras Palo se tambalea llegamos a una despensa y seguimos con el blanco. Me entero la razón de su cara hinchada: machao, como casi siempre a partir de las once de la mañana, quiso llevarse un panal de abejas a su habitación; la causa desconocida, pero los vagos sospechan y se ríen de la idea, que quería sacarle miel con una pajita. Esa noche me basta para conocer a medio pueblo, y disfrutar su sentido del humor y tomarme con Carlitos vasos interminables de fernet: a falta de vino. El Pelado logra colarse al recital, nosotros fallamos, nos sacan a empujones y nos conformamos con un poco de fuego, fernet y charlar con los que entran y salen mientras cada tanto el Pelado se asoma y nos boludea.
Volvemos tarde, los tres; Carlitos ya me había convencido: hasta el lunes no te vas -me dijo, y remarcó: y te vas a ir azul. Y azul se había dormido Palo, un par de horas antes.
Al otro día, temprano, con el estomago destruido por la falta de costumbre al remedio, me levanto y tomo unos mates. Salgo a comprar algo para el almuerzo cuando Carlitos y el Pelado ya baldeaban el bar. Cuando dije que iba a comprar algo de leche, se rieron: se quiere curar el cuerpito. Pero a Carlos le duraba el pedo, porque en las venas no tiene sangre sino vino.
Esa noche me entero quien es el viejo que me hospeda; Don Pedro Rojas, tanguero viejo y poeta de la ciudad de San Miguel de Tucumán, los tangueros no fueron solo porteños, y lo se de la mejor manera: escuchándolo cantar, y tocar el bombo (cuando la samba lo permitía) junto con el Gordo y el Laucha, guitarrero hábil y sensible de ojos celestes y húmedos: lo miro acariciar la guitarra, tratarla como si fuese una mujer hermosa, desnuda y delicada, y sentir profundamente cada nota que le roba, que hace nacer de sus cuerdas.
Después de un par de horas de música y vino, de atender a la gente que se sienta a compartir una cerveza y escuchar, el Laucha me mira y sin saber quien soy, me dice: esta es para usted. Lo mira al gordo y le dice bajito: mala suerte. Así, el gordo levanta su cuerpo enorme y canta con una voz profunda.
Me emociono y me sorprenden las vueltas: como dan en la tecla. ¿Seré transparente ahora?, ¿tendré el destino pintado en la frente, en el cuerpo?.
Tarde, me voy a dormir, escuchando el eco del tango que gira en la habitación, cuando ya mas nada suena afuera, y me arrulla:

Yo no puedo prometerte cambiar la vida que llevo,
porque naci calavera y así me habré de morir.
A mí me tiran la farra, el café, la muchachada,
y donde haya una milonga yo no puedo estar sin ir.

Bien sabés cómo yo he sido, bien sabés cómo he pensado,
de mis locas inquietudes, de mi afán de callejear...
Mala suerte si hoy te pierdo! Mala suerte si ando solo!
El cupable soy de todo ya que no puedo cambiar.

Porque yo sé que mi vida no es una vida modelo,
porque quien tiene un cariño al cariño se ha de dar
y yo soy como el jilguero que, aún estando en jaula de oro,
en su canto llora siempre el antojo de volar...

He tenido mala suerte, pero hablando francamente,
yo te quedo agradecido, has sido novia y mujer...
Si la vida ha de apurarme con rigores algún día,
ya podés estar segura que de vos me acordaré.

Letra: Francisco Gorrindo (Froilán)

Me despierto temprano y rejuvenecido. El recuerdo de la noche anterior me anima, me empuja. Aunque no quiera, tengo que seguir: es lo que debe ser; me obligo, como en parte me obligue a salir de Buenos Aires.
Armo la mochila y saco pasaje: a las dieciséis a Cafayate, donde nunca llegaría.
Vuelvo, disfruto de mi ya diría charla matinal con Don Pedro (y el don lo tiene bien merecido) y mientras, lo reta a Palo por la cantidad de vino que tomo la noche pasada. El otro se disculpa, e intenta repartir la culpa con Carlitos que mientras algunos escuchaban pacíficamente la música, el se trenzaba con otro machao del pueblo y terminaba zapateando la tierra de la manera más desprolija y graciosa posible: nunca voy a olvidar ese movimiento suelto de todo el cuerpo, como espastico, las manos alzadas sin pañuelo y diciendo: a la comida que pida la gente, en vez de sal, ponele pa-pu-sa. Y remarcaba cada silaba, mientras zapateaba y Palo lo imitaba, borrachos los dos, borrachos alegres.
Pero aquel reto de Don Pedro era fraternal, no era por el vino, sino por Palo. Se notaba el cariño que se tenían. Palo sin padre, Don Pedro con hijos ausentes.
De Amaicha solo conocí las calles y su gente. Pero me basta. Que me hayan incluido en el, desde el primer día y sin ningún interés mas que compartir, me hace sentir mas cómodo que en cualquier otro lado; y sacarle una foto a sus calles, sus casas, la gente que vive en ellas, seria excluirme y verlo desde afuera. No quiero. Va a ser parte de mí, y de mis ojos nuevos. Dejar en la cámara una foto, seria traicionar el cariño del pueblo; ser una abeja mas, que pasa, mira como en un zoológico, saca fotos y se va, sin adentrarse.
Al mediodía cruzo al bar y se prestan para un asadito. Me invitan, y no puedo decir que no. Vino blanco, carne roja. Como en todo pueblo chico, la sangre se mezcla, se une: el de enfrente es el cuñado de el, que después se caso con la hermana de aquel y después la dejo por el otro... las jodas son recurrentes, rápidas y cínicas. Lo van a operar al Richard de urgencia -cuenta uno. De urgencia? le van a sacar los cuernos? ya no entra por la puerta? -responde, el cuñado de Richard, y los cuernos se los hizo con uno que esta sentado en la mesa. Pero entre ellos se cuidan, aunque aclaran: amigos, las pelotas. No somos amigos. Y eso es lo bueno: existe la amistad, porque yo la vi. Pero existe como acto, no como palabra. Las palabras las puede decir cualquier, con las palabras mentir es lo mas fácil. Entre ellos la amistad era la acción.
Mientras corría el asado y el vino blanco las jodas no paraban: pero había una, la central. Carlos, Miguel y el Pelado levantaron el bar de a poco, durante siete años. Bajaron las lajas y las maderas del monte, subieron del río las bolsas de arena. Carlitos, machao crónico, el Pelado en un intento mas de escaparle a la cocaína: intento que no resistió la tentación: mientras me hablaba, ese mediodía, se le podía ver en los ojos y en la nariz que iba a tener que empezar otra vez. Miguel, con su plantita al fondo, toma su cerveza con mesura, disfrutándola y lo mira fijo a Carlitos: estaba filmado, firmado y sellado que no podía tomar ni inhalar nada hasta el martes. Era domingo. Machao y medio dormido lo habían hecho declarar la promesa, de no cumplirla la mano grande y la palma dura de Miguel le daría vuelta la cara de un cachetazo seco. Ahora no pasa nada, porque mucha gente no viene -me confesaba Miguel. Pero sabes lo que es en verano? Me atiende a los clientes tambaleando.
Y mientras Miguel no veía, Carlitos tomaba vasos enteros de vino, blanco, tinto, el que sea, de un solo trago, como yo solo podría hacer con el agua. Nos reíamos cómplices, los demás le pasaban los vasos llenos por debajo de la mesa, esperando la cachetada. Miguel nunca lo vio pero lo conocía, y a Carlitos se le notaba en los ojos: argumentó sueño, casi a carcajadas y se fue a dormir, sin dejar de servirles, tambaleando, una cerveza a dos puntos que se habían sentado en el bar. Miguel lo miraba, sonreía disfrutando de antemano la cachetada y jugaba: iba preparando la palma. Para distraerse y alargar la amenaza, me invita a conocer sus habitaciones y el fondo. Camas y muebles hechos con sus manos, y un árbol tallado en su propio baño. La sabia negra caía por las facciones del indio marcadas en la madera viva, y cuando tirado en la bañera se relajaba y lo miraba, se sentía parte de el y le encontraba nuevas formas. Después, me muestra su nuevo proyecto (su nueva locura): pico y pala, estaban cavando un sótano, futuro hospedaje de vinos y jamones, aunque se reían de la idea de que era para un laboratorio. Todavía no lo hiciste -le decían, y la policía ya lo sabe. Es mas, están esperando que lo termines, para venir a probarlo.
Cuando volvemos, Carlitos ya dormía adelante y el Pelado termino su gira con la cabeza sobre la mesa. Lastima que no los puedo rajar a la mierda -me decía, y reía Miguel.
Cruzo, tocado por el blanco, a buscar mis petates y a cerrar cuentas: se acercaba la hora de dejar Amaicha. Pero me distraje en la triste alegría del despido y cuando llegue a la terminal, el micro que debía tomar, se había ido sin mi: sinceramente no me costo quedarme un día mas, y termine festejando en un bar los goles de San Martín de Tucumán a River, con cervezas que de la alegría pago el comisionado del pueblo. Los vagos se reían de mi suerte y de mi destino: adonde vas a ir? si acá estamos todos los días así!. No lo dudo ni lo dude, creo que por eso me fui. A la mañana siguiente, cuando todos dormían, me subí al primer micro: al único que vi fue a Miguel que en su ultimo acto de amistad pero también de condena, me regalo unos cogollos frescos de su plantita. Cogollos que después me convertirían en "el imputado".

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Que lindo, todo el dia en pedo...como les debe de quedar el balero...Javija.

Anónimo dijo...

Que buenas expresiones, son imaginables y bien expresadas, espero que sigas escribiendo(asi)
en Tus historias navegas hasta hacerme dudar..
si lo que decis es del todo verdad...
Te gusta escribir...
y te seguimos la corriente..
y sin darnos cuenta...
Viajamos con vos.
muy buen viaje.. segui asi..
que asi seguiran las historias.
GP

Anónimo dijo...

ya te violo algun camionero?

Anónimo dijo...

Despues de esos cuatro dias en Amaicha, estuve una semana sin tomar alcohol... asi q imaginate. El del camionero fue el enano, me la juego. Y no, cuando me viole un camionero te cuento enano, a vos y a tu perversidad que tanto lo espera. Salu

Anónimo dijo...

encontrarte otra vez y mejor, un beso lidia

Anónimo dijo...

saludos agustin!
antonio!