miércoles, marzo 11, 2009

Muchachachara

Tome con los dedos negros, imaginandome fugitivo, el pasaje directo a Jujuy. Pudo haber sido Cordoba, huir a la playa de Cuesta Blanca, descansar y cambiar la piel, como un reptil, tirado al sol sobre alguna piedra. Pero la tentacion de lo desconocido siempre me gana de mano; pasadas las diez horas de espera en terminal alguien me despierta; despues de tanta espera y tantas caras no pidan que lo recuerde, que lo describa: pero me salvo. Salte de la silla y le agradeci: escapaba de Catamarca.

Segunda noche consecutiva durmiendo en butaca; sumando los dias de calor y abandono ya sentia la ropa como parte mia, eramos una misma cosa, dura, pegajosa.
Puedo decir que pase por Salta, pero no la vi, no puse ni un ojo sobre ella: dormi.
Me desperte en la estacion de San Salvador de Jujuy, que es una maqueta de Constitucion pero no tan densa, tan populosa. Camine y por momentos me parecio andar por las calles de Balvanera: angostas y empedradas, con sus casonas coloniales.
Ya es comun, desde que sali, encontrarme con personajes que me recuerdan a personas. Y son personajes porque son una escena, una fragmento, que puede durar una espera en la terminal, o una amistad: lo que el tiempo de.
Asi que dos noches en San Salvador suficiente para despejar la cabeza, conocer gente y arreglar la mochila: ultima maldicion catamarquenia. Pienso en el pibe gendarme, con su sonrisa burlona y mi paranoia lo imagina con esa misma cara cortando apenas, los hilos de la mochila.
Pero Jujuy me aparto de todo, y a pesar de su tierra me limpio. De este a oeste, casi en diagonal, tiene selva, bosque, valle, quebrada y puna.
Despues de la cara desilusion de Tafi y la brusca sequedad de Amaicha, mi necesidad era verde, el brillo del sol en las hojas. Asi que encare para las Yungas (que tambien llegan hasta Bolivia y se desprenden del Amazonas). Cruzando el Parque Provincial Calilegua, llego al pueblo de San Francisco, que me equilibra; cambio ritmo, dejo atras el vampiro que hay en mi: la naturaleza me ordena, ubica mi metabolismo a su gusto y es su orden el que chista, a eso de las nueve, y me despierta.

Pero verdaderamente me cuesta contarles de San Francisco, dos meses despues y desde Tilcara: con el rio recien crecido y la luna llena iluminandolo como si fuese de leche o de plata, siguiendo desde lejos su contorno como a una oruga flaca y gigante. No se como desde aca, contarles la fiesta que vivi en San Francisco: los ensayos de las marchas que no sirvieron de mucho porque la marcha real fue esquivar la mierda, y la mierda fue el obstaculo y la risa.
Y me convenzo de que lo real es lo inesperado, lo que no se planea. Toda accion que no se espera quiebra el tiempo: no importa orden ni premeditacion alguna y ese es el punto debil. Vivimos organizados y el tiempo nos vive; una sola accion que no se espera y el tiempo se vuelve fragil y diminuto: estalla. Porque podemos tener meses de ensayo, una banda de musicos, un palco oficial, cientocincuentaypico de gauchos arriba de sus cientocincuentaypico de caballos, todos los alumnos de la escuela esperando para marchar, para efectivizar tantos dias de ensayos bajo el sol, los de vialidad, los de la luz y todo perfectamente organizado pero si un piola (San Piola) se anima a anticipar la voz de marche a los cientocincuentaypico de gauchos que festejan desde la noche anterior, con la bota bajo el brazo, toda organizacion es nula. Bajan por las calles de tierra al galope y el piso tiembla y nadie entiende que pasa. Solo algunos los ven venir, y unos pocos sonrien sabiendo lo que va a pasar. Y pasa. Entran triunfantes y con las caras iluminadas por las sonrisas, marchando a su propio ritmo y orgullo. Y la fiesta de San Francisco, de su santo y de su pueblo, empieza como deberia terminar y se dan vueltas las cosas y se invierten los roles. El intendente que mira al secretario, y el secretario que se mueve para aparentar una decision pero no: los de vialidad se rien relajados porque su trabajo esta hecho, y porque festejan desde que lo terminaron; no van a dejar el vino para limpiar lo que ya limpiaron. Ya esta todo dicho, el caos reina en este festejo y lo disfrutamos. Despues de la marcha inesperada intentan reestablecer el orden; mandan a los chicos con su numero, ensayado durante semanas. Los chicos se miran entre si y sonrien picaros, miran a los maestros que no saben que hacer: si salir corriendo (pero no tendrian donde esconderse en un pueblo tan chico) o mandarlos al suicidio, al enchastre. Los chicos toman la bandera, deciden, se mandan y marchan al compas de la bosta, de los kilos de mierda desparramados por la calle y la musica no vale, cantan distraidos porque la atencion esta en sus pies, en no pisar los recuerdos que dejaron los cientocinuentaypico de caballos de los cientocicuentaypico de gauchos que marcharon antes de lo que debian, cagando sin verguenza (pero joder, si son caballos!) la calle principal de los festejos.

Y ahora, tres meses despues, asocio las nubes que veo desde el coche, el cielo gris y uniforme, con las despedidas de San Franciso; la que no fue, con Molina desparramado sobre la mesa, triste y borracho; el sol partiendo la tierra y el monte mientras esperaba el unico colectivo que nunca paso; y con la que fue, con la neblina y las lianas colgando de los arboles, el monte que no se ve, el micro dando marcha atras en un camino donde solo entra un coche, y el que no entra, cae al vacio; y es el mismo cielo y las mismas nubes que veo ahora desde la ventanilla de un Renault 12 prestado y que es un secuestro, llovisnando y sin nada que limpie el parabrisas ni espejos laterales; la policia que nos para y Nayim que no tiene el seguro y actuamos, desplegamos una escena magistral y arreglamos con una Coca; pero no termina: el coche no arrancha, nos miramos y nos reimos, salgo del coche y los policias empujan conmigo o mejor dicho, hago que empujo mientras ellos provocan el movimiento; el coche no arranca en subida, giramos y encaramos la bajada, arranca; cuando me subo al coche ya en marcha, Nayim me mira sonriendo y me dice: si no le daba contacto nunca iba a arrancar.

Sigo camino. Pienso en las pocas cosas que se pueden planear. En los no-proyectos que quiero tener. Me rio. Me lleva. Llueve. Y espero que pase; me mojo en Tilcara para no empaparme en el Beni. Disfruto las noches despejadas desde la hamaca, las estrellas enormes; y de fondo, detras de los cerros, los relampagos que llegan como muestras instantaneas de algo que no voy a ver. Y de dia, el sol aplasta la tierra; pero de fondo algun trueno suena, puede que llueva; arcoiris desde la laguna, y Domingo (perrazo) que nada con los patos. El membrillo a la matina, con Allarde y mate. Antes el gallo que grita desaforado y nos despierta. Despertador emplumado.

Pero basta. Me canso; no de Tilcara, sino de hablar. De no encontrale sentido a contar lo que veo, porque lo reduzco a su minima potencia. Como una foto.

Arriba. Despierten. Les mando un gallo, una oveja.

Mi intimidad me la guardo, lo que no quiero que se sepa no lo digo. Y ahora no digo mas. Soy un jugador, y pongo las reglas. Pido clemencia por los juguetes, que no pueden discutir, que no hablan, que no piensan, que duermen.

Despierten. Vuelvan a empezar. Las veces que sea necesario.

Despierten. Dejen de buscar donde no hay. No deseen lo que no vale la pena. Jueguen. Corran. Pero principalmente, abran los ojos, la cabeza. Miren donde estan. Piensen si es lo que quieren. No se conformen con su puta neurosis. Salgan a despejarla, a soplar las nubes.